Soñando París bajo su iris
- Néstor Manzzini
- 18 mar 2018
- 2 Min. de lectura

La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado con las redes sociales. Es la actual filosofía del siglo XXI. El carpe diem de las nuevas generaciones.
Y es que si algo demostró la Historia, es que no importa cuántas veces hagamos el absurdo o cuántas meteduras de pata cometamos, si nos mantenemos fieles a nosotros mismos, siempre habrá alguien que nos quiera tal como somos.
El caso es que todas las lecciones de vida que uno tiene se acaban de digitalizar. Al parecer, ese clásico libro de papel escrito a mano… ahora es una Ebook. Y si El Padrino se ha actualizado a esta era frenética, significa que ya no hay vuelta atrás.
No estoy en contra, pero ya no es lo mismo.Ya nada es lo mismo.
Qué nos está pasando? Vivimos inmersos en un mundo artificial en el que poco a poco estamos perdiendo la chispa de la espontaneidad, la magia de las imperfecciones, la esencia de ser natural y actuar de manera improvisada. En su lugar, nos volvemos locos tratando de impresionar a la screen que tenemos delante con rebuscados mensajes e imágenes que deben pasar por 20 filtros antes de que puedan ser consideradas aptas para compartir. Quizá sea porque tenemos la necesidad imperiosa de ser aceptados a toda costa, aunque para ello debamos disfrazarnos primero. O quizá porque todo lo que teníamos que decir se nos ha quedado demasiado grande.
Lo que está claro es que arriesgarse ya no está de moda.
Cada vez somos más necios y menos apasionados. El arte del cortejo ya no es lo que era. Antes, uno se tomaba su tiempo y buscaba a alguien sin prisa, que te conquiste con calma, que te enamore sin pausas.
Ahora, ¿para qué complicarnos cuando tenemos emoticonos?
Llegará un punto en el que nos miremos al espejo y no recordemos ni quiénes somos ni a quién tenemos a nuestro lado, porque como decía La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.”
Los “te quieros” se reparten como cervezas en las calles a las tres de la mañana en una noche de juerga. Se han convertido en palabras vacías que deambulan sin ton ni son en busca de una historia que contar. Historias que terminan siendo fugaces porque, al día siguiente, ese doble check azul no obtuvo respuesta.
Debemos recuperar el romanticismo que tanto anhelamos, rodearnos de gente que realmente nos aporte algo más que viernes de borrachera, salir de la pantalla y perdernos en conversaciones enrevesadas de la mano de un café. Debemos alimentar el alma, cultivar nuestra mente, dejar de intentar parecer alguien que no somos y quedarnos con aquellos con los que podemos ser nosotros mismos. Valorar a una persona por las sonrisas que te roba y no por su foto de perfil.
Será entonces cuando después de todos esos momentos compartidos, necesites parar un segundo el tiempo, mirarle a los ojos, y poder decir, con certeza, como si de una reliquia se tratase, recuperando todo el significado y auténtico valor de una frase tan común y tan sencilla como: “Es un verdadero placer haberte conocido”.
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