PERDIMOS EL NORTE
- Néstor Manzzini
- 29 mar 2017
- 3 Min. de lectura

En una sociedad cambiante como la nuestra, donde conviven tradiciones arraigadas con las nuevas oleadas tecnológicas, se generan controversias entorno a cuestiones tan elementales como las nuevas dinámicas de interacción social, que tienen su eco especialmente en los mas jóvenes, por la importancia que supone en la forja de su identidad. Solo hace falta encender la televisión para darse cuenta de que las cosas han cambiado, solo hace falta visitar dos o tres superficies de moda textil para tener una idea general de que la democratización de la moda ha llegado y de que todo el mundo tiene acceso a vestir como la tendencia les empuja. Se trata del triunfo del sistema liderado por el capitalismo emocional de las principales marcas icónicas del siglo XXI, ‘’las cadenas que te hacen esclavo están forjadas con los bienes materiales que hacen que te creas libre’’. Esa sensación de libertad, la exaltación del libertinaje, del carpe diem, de que los valores son un lastre, se sublima en cada centímetro del mensaje vomitado por los fotogramas de una programación al servicio de la alienación colectiva.
El fenómeno de la hipersexualización, cala en los jóvenes de manera inexorable, que acaban relativizando todo lo concerniente a la esfera sexual y sus apéndices: la forma de vestir, la intimidad, la forma de ligar, el significado de la pareja etc...
Cuando el exceso de información es equivalente a desinformación, nos encontramos con esa falsa sensación de poder, de creer que sabemos lo que hacemos, asumiendo, sin criterio, pensamientos e ideales que no entendemos, para intentar encajar en esa normalidad tan ansiada para la integración social, olvidando que la normalidad es un término estadístico y no moral, y que, suele ser sinónimo de mediocridad, en una sociedad que estigmatiza lo diferente.
Es cierto que los lobbys de la red han hecho su agosto, al fin y al cabo han facilitado la manifestación de algo ya existente en la naturaleza humana. El refuerzo social ya no es exclusivo de la vida real si no que se prolonga a la realidad virtual donde los “me gustas” y los “retweets” se convierten en una droga de reafirmación personal y en un falso espejo donde mirarse y valorarse como persona.
De la misma manera que uno puede pensar que las armas no matan, que son las personas que aprietan el gatillo, con las redes sociales ocurre algo parecido. La exposición de la intimidad se convierte en algo cotidiano, y la fina linea entre lo sensual y lo sexual queda diluida tan pronto como el adolescente se da cuenta de que cuanto mas atrevida es la imagen, mas repercusión tiene frente a cientos de “contactos” que no conoce y es posible que nunca conozca. De manera paulatina se va reduciendo a la persona atributos físicos, generándose un falso empoderamiento y pudiendo ser utilizada como instrumento de control.

Todo el mundo tiende a dar su mejor cara y se generan abismos cada vez mas profundos entre el yo real y el yo ideal de las personas, aumentando la presión estética y social, ya que se configura un mundo idílico de viajes, comidas con los amigos, belleza, éxito social, felicidad inagotable que convierten a la realidad cotidiana en algo gris e insustancial, llegando a generar en la masa social sentimientos de culpabilidad por estar tristes en contraposición con ese cuadro onírico retratado en las redes sociales.
No debemos olvidar el papel que juega el aprendizaje en una sociedad donde el modelo de éxito recae en personajes populares como Rafa Mora o cualquier espécimen de “Mujeres y Hombres y Viceversa”. El presente es que el universitario medio español tiene un nivel cultural mediocre, por lo que se hace indispensable el filtro como vehículo de cordura con el objetivo de ayudar a las nuevas generaciones a gestionar un mundo para el que en ocasiones tienen acceso antes de estar preparados.
''Estamos atrapados en las palabras porque aún no hemos encontrado la posibilidad de comunicarnos con el silencio''
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